Quizá sea porque siempre he vivido en una ciudad, rodeada de ruido, ajetreo y velocidad, pero soy una gran amante de los pueblos auténticos. Los que conservan las casas de antaño y hacen las nuevas a imagen y semejanza de éstas y están rodeados por kilómetros y kilómetros de monte o cultivos.
La Yesa es uno de esos pueblos. Ubicado a unos 80 km al noroeste de Valencia, cuenta con apenas 100 habitantes en invierno, la mayoría de avanzada edad, lo que refuerza la imagen de pueblo. En verano, como ocurre en otros municipios, su población se multiplica.
Estar cerca de Valencia, en un entorno fresquito es una gozada. Si además sus casa y su gente conservan ese encanto de antaño, no puede por menos que conquistarte.

Si prestáis atención veréis un tractor pequeño, no como el gigantesco al que permitieron subir a mis hijas
Desde que entramos en sus calles me cautivaron muchas de sus casas. Las paredes de piedra, las vigas de madera… e incluso las cortinas que ponene delante de las puertas para protegerlas del sol, frío y polvo me resultan encantadoras. En cuanto veo casitas así me dan ganas de irme a vivir a un pueblo en una construcción de ese estilo, con sus vigas de madera y con su chimenea. ¿No os pasa a vosotras también?
La Yesa ofrece tranquilidad para quien la quiere pero si tu familia es más movida tienes un montón de rutas que realizar. Algunas por su término municipal como ésta y ésta y otras desde municipios cercanos como Chelva o Tuéjar.
A nosotros ya sabéis que esto nos encanta, así que aprovechamos para hacer senderismo. Pero eso ya os lo contaré en otro post que tengo en el tintero.
Fueron unos días en los que aprendimos un montón de cosas con las niñas. Pudimos ver, y sobre todo tocar y oler, varias hierbas aromáticas como el romero y la lavanda que bordean el paseo a la piscina. En ellas revolotean a veces colibríes. Aunque ya sabéis que éstos, con lo que se mueven, son difíciles de ver ^^.
Para la próxima visita tengo que averiguar cómo secar la lavanda conservando su aroma. ¿Alguna idea?
También hemos podido observar tranquilamente pajaritos picoteando algunos cultivos y una rana, que no se atrevieron a tocar. No hace falta que os diga que la devolví ilesa al lugar donde la encontré, ¿verdad?. Como siempre digo, cada vez que estamos en contacto con la naturaleza es una oportunidad para enseñar a nuestros hijos a respetarla y cuidarla.
No sé si os ocurre como a mí, pero eso de no tener WiFi a todas horas va bien de vez en cuando. Al andar escasa de o sin datos olvidas el móvil en casa o en el bolsillo. Eso te permite levantar la vista de las manos y disfrutar plenamente de lo que haces y volver a ver el mundo con los ojos de mis niñas, a su ritmo, descubriendo lo maravillosos que pueden ser una mariquita, un matorral o una piedra.
Estar con las nenas «libres» por las calles también ayuda. Aunque no sea tan peligroso como la ciudad no les quito la vista de encima, pero la verdad es que lo puedes hacer de una manera mucho más relajada.
Si queréis hacer una escapada de este tipo con vuestros hijos, La Yesa es una gran opción… y si además tenéis la oportunidad de visitarla en agosto en un año que toque fiestas extraordinarias (se celebran cada 3 años y las próximas son en 2020) podréis disfrutar de todo el pueblo trabajando juntos para la elaboración de los arcos que adornan sus calles. Es una pasada y se merece un post dedicado que prometo preparar antes del 2020 :).
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