Ser mamá es un trabajo a tiempo completo y el más exigente de todos. No se puede fallar, porque tanto el cliente como el producto final son nuestros propios hijos.
Y eso, aunque no cambiaría ser mamá por nada del mundo, significa que debemos restarle algo de tiempo a otras facetas de nuestra vida, como algunos de nuestros hobbies y aficiones.
En mi caso el que más se ha resentido ha sido el DIY. Tengo mil proyectos en mi cabeza pendientes de empezar y otros tantos parados esperándome con los brazos abiertos para que los acabe.
La verdad es que no sé muy bien qué tienen los trabajos manuales, pero a mí siempre me han resultado muy tranquilizadores. Quizá es porque cuando te centras en lo que estás haciendo y en cómo va evolucionando tu pieza las tensiones y problemas van desapareciendo poco a poco, aunque sea durante un ratito.
El último DIY que he conseguido finalizar es una mesa de centro que conseguí gracias a un amigo a la vez que esta vitrina que ya os enseñé y que, como ella, también estaba en madera cruda.
Me encantaba el estilo rústico que tenía y las posibilidades que ofrecía. Desde darle un barniz transparente o con un poco de tinte que destacaran la veta de la madera, hasta cubrirla por completo con colores intensos. Cada día se me ocurría alguna idea nueva casi totalmente opuesta a la anterior. Y eso sin contar la opinión mayoritaria de todas las personas que pasaban por casa, que me decían que la pintara con chalk paint a juego con la vitrina ya que iba a ponerla en el mismo espacio.
De hecho, empecé pintando uno de los cajones con dicha chalkpaint pero por falta de tiempo se quedó así como os enseñé en esta foto. Vamos, prácticamente sin hacer nada.
El proyecto se quedó en pausa hasta que hice el puñetero examen y pude volver a sacar ratitos para dedicarme a lo que me gusta.
Así que me vino que ni pintado (y nunca mejor dicho) el taller impartido por Belén, de Pintar sin parar y que compartí con vosotros en mi IG. Allí pude bombardearla a preguntas y probar distintos tipos de pintura para poder tomar una decisión.
Eligiendo el acabado
Finalmente me decidí por dejar el sobre natural y la estructura pintarla de eggshell color blanco a juego con el resto de muebles.
Así que como intuiréis me tocó pintar con eggshell el cajón que previamente había pintado con chalk paint. Capa sobre capa total.
Lo que me convenció de usar eggshell fue que es más resistente que la chalk paint y que no necesita que se barnice después. Un «paso» menos cuando se tienen 2 hijas menores de 4’5 años siempre es bienvenido, ¿verdad?.
En cuanto al sobre opté por proteger su superficie con un barniz. Concretamente uno ultramate por recomendación de Belén. Sabía que aunque esta capa iba a proteger la madera de manchas, los golpes se iban a notar. El pino es una madera blanda que cede ante arañazos o golpes.
Manos a la obra
Así que llegó el momento de meterse en faena: lo primero sacar los cajones.
Como la mesa era madera en crudo lo único que hice fue coger un trapo humedecido y pasarlo por toda su superficie y recovecos para quitar el polvo que pudiera tener.
¡Ah, que se me olvidaba! Encontré una zona un poco áspera en una de las patas así que lija en mano la suavicé. Si vuestro proyecto tiene partes rasposas o con un acabado irregular recordad lijar antes de limpiar el mueble para no tener que hacerlo dos veces.
Una vez limpia protegí con cinta de carrocero las partes de la estructura que entraban en contacto con el sobre y que no quería pintar, así como el frontal del cajón para que quedara una línea claramente separada. (Ver foto inferior)
Y por supuesto con un plástico cubrí la superficie sobre la que iba a trabajar, no fuera que la manchara con alguna gotita «voladora».
Lo siguiente fue coger la brocha (también recomendacion de Belén y que merece un post para ella sola, ¡¡menuda maravilla de paletina!!) y comenzar a darle color al frontal de los cajones y a las patas con la pintura eggshell. ¡¡Estaba quedando preciosa!!.
Tras el correspondiente secado le di una segunda capa, y a continuación la protegí con el barniz ultramate. Ya había terminado lo más complicado.
Ya seca la estructura le di la vuelta a la mesa y empecé a trabajar en su sobre. Hay que ver lo que cunde el barniz. Se extiende súper bien y aunque en principio parece pequeño me llegó de sobra.
Una mesa para vivirla
Creo que tomé la decisión adecuada dejando el sobre natural protegido únicamente con el barniz. Al poco de terminarla se me cayó de una bandeja una botella de cristal y para evitar que le diera a mi hija pequeña, la aparté de su trayectoria. Terminó golpeando la mesa dejando una clara hendidura casi en una de las esquinas de su superficie, como podéis ver en esta imagen, y me enfadé conmigo misma.
Pero quitándole hierro al asunto pensé que era sólo algo material y que además ese golpe evidenciaba una vivencia, un momento que compartí con mis hijas.
Así que casi que me alegró ese golpe y todos los siguientes que vinieran (que con dos hijas os podéis imaginar que ya han sido varios) porque significará que es una mesa vivida, alrededor de la que ha habido juegos, risas… familia al fin y al cabo.
Espero en unos años poder mirar el sobre y ser capaz de leer en él recuerdos.
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